Relato: Aine de Noé Codonal
Tal y como anunciamos recientemente, con motivo de la futura publicación a finales de este año de Logos de Noé Codonal vamos a compartir diversos relatos del autor que nos adentran es ese universo fantástico en el que se sitúa la novela.
Ya podéis disfrutar con una nueva entrega y, si aún no lo habéis hecho, os recomendamos que no os perdáis también el anterior relato, El Capitán. Aquí os dejamos con una nueva historia dentro del mundo de Logos: Aine.
Aine
Aine ajustó las cintas de sus botas de piel de ciervo con firmeza. Tenía las piernas largas y muy fibrosas para una chica de doce inviernos. Pero no era una chica más.
«Que yo sepa, soy la única guerrera de las Tierras Altas», pensó mientras se permitía esbozar una sonrisa.
Las personas en su tribu se dividían en dos grupos principales: guerreros y cuidadores. Los guerreros se ocupaban de la caza y la seguridad de la tribu. Proporcionaban la preciada carne y se enfrentaban con los miembros de las tribus rivales por el control de los recursos: territorios de caza, los mejores manantiales para coger agua, o directamente para saquear otras cuevas y apropiarse de sus bienes. Los cuidadores se dedicaban a conservar la cueva, la recolección de frutos y la crianza de los niños y ancianos.
«Menudo aburrimiento», pensó mientras se colocaba una pesada y cálida capa de pieles.
Desde su más temprana edad, habían tratado de educarla como a las demás chicas, a pesar de que ella había rogado ser incluida en las partidas de caza con los muchachos, provocando las risas de los guerreros. Recordó las tediosas lecciones de la severa anciana Labai. El hedor del curtido de pieles. El aburrido cardado de lana de las cabras semisalvajes que pastaban cerca de su cueva. Ahumar la carne de bever, un roedor de buen tamaño fácil de cazar. Aguantar los abusos de los chicos de su edad que la consideraban inferior por haber nacido mujer.
«Idiotas», bufó mientras cogía su lanza favorita y pasaba sus dedos con cuidado para comprobar el filo de la mortífera punta de sílex.
Sonrió al confirmar que seguía afilada como el primer día, cuando se la ganó a Grof. El chico, dos inviernos mayor que ella, la había golpeado desde que tenía memoria. Cada día tenía un insulto o un empujón preparado para ella. ¡Aparta, mocosa! ¡Quita de ahí, cabra apestosa! ¿Te has perdido, cabeza de bever? Las demás niñas le aconsejaron que se mantuviera alejada de Grof, más alto y fuerte que cualquiera de los demás chicos de su edad. Pero ella no pensó seguir aquel consejo. Si Grof era más fuerte, ella sería más rápida. Más ágil.
«Más lista», se dijo a sí misma hinchando su pecho con orgullo.
Durante días, trató de mantener la misma rutina. Siguió el mismo recorrido a la misma hora después del amanecer. Realizó las mismas tareas, en el mismo orden. Grof disfrutó empujándola por la espalda, tirándola al suelo o embistiéndola con el hombro a la carrera. Cada día lo mismo. En el mismo sitio. Justo lo que ella quería.
Cuando sintió que Grof había bajado la guardia, preparó su ataque. Eligió cuidadosamente el lugar y untó el suelo de grasa. Si la anciana Labai la hubiera sorprendido haciéndolo, se habría encontrado en un lío enorme por malgastar semejante recurso de la tribu. Acopló a sus botas unas suelas para caminar por el hielo, fabricadas con cuerdas y afiladas piedras engarzadas. Escondió un garrote detrás de una gran piedra y esperó a Grof.
Escuchó sus carcajadas y fanfarronadas antes de verle en la semioscuridad de la cueva. Había elegido aquella zona por encontrarse alejada de la boca y de la única hoguera de la tribu, la que conservaba el vital fuego que les daba calor, permitía cocinar y significaba la diferencia entre la vida y la muerte. Era su recurso más preciado: si alguna vez se extinguiese, nadie en toda la tribu sabía cómo reavivarlo. Tendrían que atacar a una tribu rival para robarles su fuego.
La voz de Grof sonó más cercana y la sacó de sus pensamientos. El chico fue predecible: al igual que ella, el muchacho había actuado del mismo modo en sus agresiones. Nada más percatarse de la presencia de Aine, Grof echó a correr hacia ella. Mantuvo la calma y se apartó un instante antes de que el chico la empujara.
La grasa provocó que Grof resbalase unos metros y cayera de espaldas, dándose un buen golpe en la cabeza. Gracias a las suelas para caminar por el hielo, Aine se movió con rapidez y seguridad en el suelo resbaladizo. Cogió el garrote y lo descargó con rabia sobre el muchacho, devolviendo todos y cada uno de los golpes que había recibido de él. Tuvo cuidado de no golpearle en la cabeza: aún recordaba como Zig-uh, uno de los mejores guerreros y, según decían, el próximo jefe de la tribu, había abierto la cabeza a un rival como un melón. No quería matarle, sólo enseñarle que su presa tenía los dientes afilados. Grof intentó levantarse, pero resbalaba en el suelo engrasado de una manera divertida para los demás chicos, que reían a carcajadas cada vez que caía al suelo y era golpeado de nuevo por Aine. En un arrebato, Grof consiguió golpearla en el brazo y el garrote se le cayó de las manos. Se volvió hacia ella, furioso, e intentó atraparla. Aine se apartó con facilidad gracias a las suelas y se apresuró a coger la lanza que el chico había traído para salir de caza.
Grof se puso de pie a duras penas y se colocó frente a ella. Era más alto y mucho más fuerte. Aine flexionó sus piernas y preparó la lanza, sin dejar de clavar en el chico sus ojos azules, fríos como los glaciares de las cumbres más altas. El muchacho trataba de mantener el equilibrio y una pose amenazadora al mismo tiempo, pero ella sabía que tenía ventaja. Se acercó poco a poco, como un cazador acechando a su presa. Caminando de lado, siguiendo una trayectoria curva, obligando a su inestable presa a girar. Cuando el pie derecho de Grof resbaló, decidió atacar al muchacho. Se acercó como un rayo y golpeó al chico en la sien con el asta de la lanza, dejándole inconsciente.
La multitud congregada a su alrededor estalló en vítores. Se volvió, sorprendida. Estaba tan concentrada en su rival que no se había percatado de la presencia de tantos miembros de la tribu a su alrededor, formando un círculo a media distancia para no intervenir en la liza, como era la costumbre. Compuso su pose más digna colocando el pie sobre el trasero del muchacho, que yacía inconsciente boca abajo. Los amigos de Grof reían y se daban fuertes palmadas mientras señalaban. Vio como la anciana Labai negaba con vehemencia y se marchaba. Otros hombres adultos asentían e inclinaban su cabeza en el gesto tradicional de respeto.
Zig-uh, el guerrero más reconocido, se erguía en toda su formidable estatura con los brazos cruzados. Observaba serio, clavando en ella dos gélidos ojos azules como estacas. Tenía el cráneo afeitado y llevaba una larga barba desgreñada que le daba una apariencia intimidante. El guerrero se acercó con cuidado. Notó el suelo resbaladizo y se agachó para comprobar si el muchacho seguía vivo. Examinó sus botas y esbozó una sonrisa.
—Chica lista. Buena presa.
Aine sonrió e inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Lanza ahora tuya. Ahora eres guerrera —añadió el hombre, al tiempo que trazaba sobre su rostro unos dibujos con barro.
Aine sonrió, recordando todo aquello como si acabara de suceder. Consiguió un lugar entre los guerreros, pero no fue fácil. Tuvo que estar muy atenta a posibles represalias de Grof que, herido en su orgullo, intentó atacarla de nuevo un par de veces antes de que el chico perdiese la vida al despeñarse mientras cazaba. Aquel suceso fue un alivio para ella y pudo centrarse en lo que mejor se le daba: la caza.
Su agilidad y rapidez le proporcionaban una ventaja significativa sobre sus compañeros, más pesados, lentos y ruidosos. Cuando las presas se percataban de su presencia ya tenían su afilada lanza clavada en el costado. Raro era el día que no se cobraba al menos una y la llevaba con orgullo al campamento. La anciana Labai seguía arrugando el ceño y negando su aprobación. Pero a ella no le importaba. Cada día salía con los guerreros y caminaba libre por el gran valle rodeado de montañas nevadas que formaba todo el mundo que ella había conocido, respirando aire fresco, disfrutando de la luz del día y demostrando su valía.
Aquella mañana el aire frío había cubierto el valle de niebla. Caminaron por la ladera sur del valle, la primera que sería acariciada por el sol y contendría la mejor caza. Avanzaba con un grupo de seis hombres dirigidos por Zig-uh. Un muchacho espigado de su edad cerraba la marcha, mirando nervioso a uno y otro lado, intentando divisar algo entre la niebla.
«Cabeza de bever. Con niebla presta atención a tu oído, no a tu vista», pensó mientras ponía los ojos en blanco. Era injusto que cualquier chico, por torpe que fuera, tuviera garantizado su lugar entre los guerreros mientras ella luchaba a diario por mantener el suyo. Aquel pensamiento le llenaba de fuerza y determinación.
Se concentró en el crujido de los pasos sobre la grava de la senda, distinguiendo quién producía unos sonidos y otros según su diferente peso. El viento se había apaciguado y apenas movía las hojas de los arbustos, casi invisibles a su alrededor. El muchacho que cerraba la marcha jadeaba intentando mantener el paso, ocultando otros posibles sonidos más sutiles que pudieran revelar más información. Los arbustos se encontraban en flor, llenando de un aroma dulzón sus fosas nasales. La claridad fue en aumento y le indicó que se encontraban a media mañana. Dirigió inconsciente la mirada hacia el lugar más brillante del blanco cielo, donde sabía que se escondía el sol. En un día normal, el gran valle serpentearía a su izquierda bordeado por una ladera de montañas.
«¿Qué habrá detrás de las montañas?», se preguntó como de costumbre, fantaseando con encontrar fértiles tierras, herramientas extrañas y animales exóticos que cazar. Le fascinaba escuchar los relatos de los escasos guerreros que habían cruzado el paso hacia el sur, regresando con un botín que a menudo incluía armas y ropajes de materiales que jamás se habían visto en el valle.
Caminaron un rato largo hasta que el guerrero que iba al frente, un hombre experimentado, siseó ordenando que guardaran silencio. Zig-uh y los demás se tensaron y aferraron sus lanzas. Aine les imitó, mientras que el muchacho que cerraba la fila dudaba y se daba la vuelta apuntando tembloroso su arma en todas direcciones. Un hombre corpulento emergió de la niebla frente al chico y le lanzó fuera del camino con un fuerte garrotazo. Aine saltó sobre los arbustos para evitar la embestida del bárbaro, que prosiguió su camino para enfrentarse a Zig-uh. Se agachó fuera de la vista de los atacantes para intentar hacerse una idea de la situación.
Les habían tendido una emboscada: dos grupos diferentes acechaban desde ambos lados de la senda. Los gritos indicaban que los guerreros situados al frente peleaban invisibles, sumergidos en la niebla. Zig-uh trataba de contener a tres hombres él solo, golpeando y parando embestidas con su lanza de manera diestra. Cuando estuvo segura de que no había más enemigos ocultos por la niebla, atacó a uno de los adversarios de Zig-uh, clavando con fuerza la lanza en su espalda. El hombre se desplomó de inmediato, alcanzado en el corazón. Aine era una cazadora hábil. Otro de los atacantes se volvió al tiempo que Aine cogía del suelo el hacha que había blandido el fallecido.
Su oponente levantó un martillo formidable sobre su cabeza y lo descargó en el lugar ocupado por Aine escasamente un segundo antes. El golpe hizo temblar el suelo pero ella rodó hacia delante y descargó el hacha sobre la parte trasera de la rodilla de su adversario. El hombre aulló y cayó sobre su maltrecha pierna, incapaz de resistir su peso. Se apoyó sobre el martillo para incorporarse con una mueca de dolor, momento que Aine aprovechó para clavar el hacha en su abdomen con todas sus fuerzas.
El hombre abrió sus ojos sorprendido, pero no emitió sonido alguno. Agarró el cuello de Aine con una mano que parecía una tenaza, impidiéndole respirar. Pensaba que iba a romperle el pescuezo como a una vulgar perdiz. Su pecho protestaba por la falta de aire y un dolor agudo punzaba sus sienes. Todo empezó a ponerse oscuro a su alrededor hasta que vio una lanza clavarse en la garganta de su agresor, que la soltó para aferrar el asta del arma que sobresalía de su cuello. Aine cayó al suelo, de espaldas, y jadeó para tomar aire. Alguien la cogió del brazo y la obligó a correr a rastras. Cuando el oxígeno alcanzó de nuevo su cerebro, percibió que Zig-uh tiraba de ella ascendiendo por un escarpado terreno por la ladera de la montaña.
—¡Corre! —espetó el guerrero mientras la arrastraba.
Cuando logró despejarse, avivó el paso y el hombre la soltó. Escapaban de sus perseguidores a través de la niebla, pero ésta no ocultaba el ruido que hacían al correr frenéticamente.
—¡Zig-uh! ¡No debemos hacer ruido! ¡Vayamos más despacio!
El alto guerrero clavó en ella sus ojos azules. Ella se llevó un dedo a los labios y pidió silencio.
—Más despacio —susurró—. Pasarán de largo.
En esta ocasión, fue Aine quien cogió a Zig-uh del brazo y tiró de él en silencio en dirección perpendicular a la que habían seguido. Habían recorrido unas decenas de metros cuando sus perseguidores les sobrepasaron y continuaron ascendiendo en la dirección equivocada, haciendo un ruido tremendo que revelaba su posición. Continuaron la marcha en completo silencio, atentos a los gritos y las pisadas de sus enemigos sobre el terreno irregular cubierto de piedrecitas que les hacían resbalar. El fatigoso camino les dejó exhaustos, pero no descansaron hasta que dejaron de oír a sus atacantes.
—¿Quiénes eran? ¿Qué ha sido de los demás?
Zig-uh se encogió de hombros y se acarició la espesa barba desgreñada, salpicada con sangre de sus adversarios.
—No sé. Puede que tribu de Zarg.
—¿Y nuestros compañeros? —insistió Aine.
—No sé —repitió el guerrero—. Puede que muertos. Puede que huidos como nosotros. Hay que volver a casa —añadió mirando a uno y otro lado, tratando de orientarse entre la niebla—. Si subimos más poder ver sobre las nubes.
El guerrero comenzó a ascender por la pedregosa ladera empinada. Cada vez que apoyaban el pie, resbalaba medio paso hacia abajo, dificultando mucho el ascenso. El aire no llenaba sus pulmones como en el valle y empezó a boquear como un pez por el esfuerzo, mientras unas punzadas de dolor apretaban sus sienes.
«No muestres debilidad delante de Zig-uh. Continúa adelante», se dijo a sí misma intentando no perder el paso del guerrero.
La niebla comenzó a clarear más y más, hasta que las cumbres de las montañas se revelaron frente a ellos. Se detuvieron jadeando, intentando llenar el pecho con un aire que no les satisfacía. Un profundo barranco descendía a su derecha. Se volvieron para contemplar un algodonoso mar de nubes que cubría el valle.
—Paso de montaña arriba, cueva por allí —indicó Zig-uh, que también jadeaba.
—¡Allí están! —bramó una voz lejana.
Sus enemigos se encontraban frente a ellos, al otro lado del barranco.
—¡Ratas de agua! ¡Moriréis como los demás! —gritó un joven corpulento que tenía el rostro desfigurado.
El corazón de Aine dio un vuelco. Zig-uh también le reconoció.
—¡Grof! ¡Estás vivo! ¿Qué haces con esa escoria?
—¡Ellos me ayudaron cuando me abandonasteis, excrementos de cabra! ¡Ni siquiera me buscasteis! Zarg me encontró y su tribu me cuidó. ¡Ellos son ahora mi familia!
—¡Nosotros somos tu familia, Grof! ¡Sangre de tus hermanos mancha tus manos! —gritó el guerrero mientras amenazaba al viento con su lanza.
—¡Cabeza de bever! ¡Eliges una mujer como guerrera antes que a mí! ¡Os mataré! —replicó Grof y arrojó su lanza hacia ellos.
Por suerte estaban demasiado lejos y el arma cayó al suelo sin dañarles. Grof y los demás comenzaron a lanzarles piedras, que zumbaban al pasar. Una de ellas impactó en la pierna del guerrero, que lanzó maldiciones y exabruptos a sus atacantes mientras se retiraban.
—No podrán cruzar, vamos a casa antes de que rodeen el barranco. Hay que informar a la tribu.
2 comentarios
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Víctor Fernández Martes, 19 Julio 2022 09:48 Enlace al Comentario
Me ha parecido muy bueno está bien ambientado y parece que lo narra alguien de allí, algo que en lo personal me ha gustado. Pero para mí lo mejor es el final abierto para que puedas pensar que va ha pasar y darle otro final.
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Lucila Lunes, 18 Julio 2022 16:05 Enlace al Comentario
Deseando saber que ocurrirá. Texto ágil y adictivo. Aline y Zig-uh
Gracias por crear un nuevo universo de fantasia y realidad