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Relato: Ruby de Sandra Nairbec

Ya estamos recibiendo vuestras propuestas para compartir en este espacio cultural abierto como es Culture+Alt Magazine. Hoy os traemos un original relato que lleva por nombre, Ruby, y que nos llega de manos de Sandra Nairbec, nombre artístico de una talentosa poeta y escritora de relatos de la que muy pronto podremos ver publicado un poemario que llevará por nombre Los estados del agua

Sandra organiza semanalmente un taller de escritura creativa en Guadalajara que se llama El Atelier además de ser cofundadora del Micro Abierto de Guadalajara ¡Dáteme poema! que se lleva a cabo los últimos jueves de cada mes en el Metrópoli Café, un punto obligatorio de reunión para amantes de la poesía. Sin más dilación, aquí podéis disfrutar de su relato.

 

 

Ruby

Estoy cansada de las sombras. La penumbra en la que llevamos sumidos varias semanas me agota, me quita la energía y las ganas de vivir. Lo noto en mis extremidades. Las puntas de las manos se me amarillean por momentos y tengo los pies secos, agrietados. Yo no he nacido para esto. Marta, te odiaré siempre por lo que me estás haciendo. Primero, desapareces sin decir nada, te vas a comprar como cualquier día por la mañana y no regresas nunca. “¡Maldito perro! Te has comido la regadera de Ruby, ¿a quién se le ocurre? ¿Es que acaso no me puedo despistar ni un solo momento? ¡Perro malo”, dijiste aquella mañana, mientras le dabas unos toquecillos a Bruce en el cogote. Siempre ha sido muy pesado. Cada vez que me daba el sol y me ponía a hacer mis cosas, venía a olerme y a darme algún que otro lametón. No nos hemos llevado bien nunca. A él sí que se lo llevaron cuando te fuiste, una de tus hijas vino y le dieron tanta pena sus lloriqueos sin sentido que se lo llevaron. Bajaron las persianas y aquí me dejaron: sola, en esta penumbra.

“Ruby, eres la begonia más bonita que he tenido nunca”, me dijiste con la mirada llena de amor el día que me compraste en la pequeña floristería de tu barrio. Yo te veía pasar cada mañana, veía cómo me mirabas y te debatías entre comprarme o regalarme, pero sabía, desde el minuto uno, que me habías elegido. Tardaste semanas en quitarme ese lazo de seda dorado tan bonito que me pusieron cuando me fui contigo. Y la verdad sea dicha, Marta, nunca nadie me había hecho sentir así. Me regabas religiosamente una vez a la semana, con abundante agua y me pulverizabas las hojas, lo que francamente me devolvía las ganas de vivir en aquellos meses de verano tan sofocantes. Te sentabas en la mesa a tomar tu café de las cinco, y mientras te abanicabas, yo también me refrescaba con la brisilla y me sentía mejor. Ponías la televisión y juntas veíamos aquellos programas de cotilleos todas las tardes. Teníamos una conexión tan grande que si hubiera tenido boca, habría soltado los mismos improperios que tú ante ese esperpento de dimes y diretes. Si hubiera tenido boca te habría dicho que no te fueras esa mañana a comprar, o que me llevaras contigo o, egoístamente, que me dejaras registrada en tu testamento, Marta. Porque esto es un devenir de gente y discusiones que mis pobres hojas de puntitos plateados no pueden soportar más.

Marta, tu familia se desmorona. Tu hija mayor le ha ocultado a la pequeña que hace unos días vino y arrampló con todas las colchas de ganchillo que guardabas en la habitación. Tu sobrina vino a recoger tu ropa en cierto momento y encontró aquella medalla de la Virgen de la Antigua que tanto te gustaba y que limpiabas con esmero y se la llevó sin decir palabra. Marta, tus nietos no paran de pelearse por el tocadiscos y no se dan cuenta de que a ti el tocadiscos siempre te ha dado exactamente igual, que no vale nada, que no lo habías tirado a la basura hasta ahora porque cuando está cerrado te sirve para dejar encima y a la vista las fotos de sus respectivas comuniones, que es lo que sí te interesa.

Pero Marta, te has ido y ya no estás, y no parece que vayas a volver y la casa está muerta sin ti y a mi me quedan los días contados con este calor y esta penetrante oscuridad. Siento que me ahogo, de verdad, y también de pena. Porque te he querido todo lo que me ha permitido mi savia, Marta. Porque no he tenido boca pero te he dado las mejoras hojas que he sabido crear, porque todas las mañanas y tardes, cuando te quedabas remolona dormida en el sofá, yo extendía mis hojas al máximo para darte el oxígeno que tanto necesitabas. Gracias por cuidarme, amiga Marta. Y ahora, por favor, que alguien me saque de esta oscuridad. Ha venido el pulgón a verme. No he tenido fuerzas para decirle que se vaya.

“Mamá, ¿has visto esto?” dijo Sara, la nieta mayor de Marta. “¡Que Ruby tiene pulgón!”, gritó. Y juró que Ruby se había movido, como dolorida. “Sara, no la toques, anda. A ver, déjame ver. Vaya, llevas toda la razón, está plagadita de pulgón”, respondió Ana, su madre. “Bueno, si es que las plantas duran lo que duran”, concluyó.

 

Modificado por última vez enLunes, 23 Marzo 2020 09:47

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1 comentario

  • Sara Luján
    Sara Luján Miércoles, 25 Marzo 2020 11:42 Enlace al Comentario

    Es precioso Sandra, tiene una lectura tan amable... Me encanta releerlo después de saber quien es Ruby.

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